Siempre los recuerdo así sonriendo
con las manos y el corazón tan cálidos
arropándome con la ternura rosada
y arrugadita
de aquel tazón de leche con galletas
de mi infancia.
Abrazándome con la fuerza
y la dignidad implacable
de una mariposa en pleno vuelo
con los ojos llenos de vida y
de aquellas historias
que algún día
como las últimas hojas secas del otoño
también serán esparcidas
por la crueldad del viento
pero siempre
permanecerán vivas en mí.
Siempre los recuerdo
bailando y riendo
-tan abiertamente vivos-
y es cuando pienso que no es justo
que algún idiota haya escrito
alguna vez
que estamos hechos de recuerdos
y también de olvido.
Debe existir en alguna parte
alguna otra forma de eternidad
para una felicidad
tan inocente como esta.