Raúl Voltavayeros

LA BRONCA NO TIENE ESCUELA

LA BRONCA NO TIENE ESCUELA

 

 

Para los que creen saber

la etimología de la palabra bronca,

la bronca no tiene escuela.

Ahora que los maestros la hayan puesto en práctica

es otra cosa:

cuando Bernales, el de tercero secundaria,

dijo que el profesor de Lengua

era un fascista (aun cuando no mentía),

trajo contra sí una racha de ceros todo el año.

Suele verse hoy a Bernales

arrastrando el portafolio, después de mucho,

por culpa de aquel némesis sexagenario.

 

Algunos conocimos de pequeños

ese sabor carbónico de la bronca,

ese resabio a plomo y sangre

que como arañas,

buscábamos inocular en el adversario:

hemos puesto ojos en tinta,

hecho trizas las cabezas

de los cocolisos en los estadios,

de los borrachines pegantines

y de algún noviecito celoso

cuando la de su cariño

nos dedicó una mirada de soslayo.

 

La bronca viene en vasos

de alabastro negro y húmedo

y ha de beberse

como quien se prende a las ubres de la tierra

y mama el lodo de las ciénagas

y no ha de parar jamás en tanto

no seque todo océano

y río y cauce y humor de la superficie,

de los hondos manantiales,

de las cantinas,

de los jarros.

 

Hay pueblos que la conocen bastante bien

como este triste pueblo mío,

furioso cuando descubrió que lo habían traicionado.

De inmediato, la bronca lo sacó a las calles

hermanando al patotero con el señor de oficina,

al viejo y al medio anciano,

al pelotudo y al sabio de bar,

a la chismosa y a la vecina que nunca sale

y que temieron, después de tres semanas,

que hubiese muerto en el sueño

o víctima de las palizas de su marido.

 

Todos fueron, entonces, una gran masa de humo,

grito, barricada, piedra,

palo y revuelta,

monstruo que se levantó

contra la oligarquía homicida de niños y jubilados,

contra esa camarilla intrépida y lasciva

de diputados, senadores,

ministros, empresarios

y el mayor zángano de la colmena,

gordo y henchido tras sus patillas

de caricatura saudí.

 

*

La bronca no tiene escuela.

No se aprende ni se enseña.

No la contienen dentro de un frasco.

No es antídoto de nada.

Apenas un veneno,

una protesta...

 

Y he aquí un poco de ella:

Adán, Eva, su prole,

Esparta, Atenas, Persia...

un prefecto y un crucificado,

muchas manos alzadas y recias...

sangre en los campos de Flandes,

de Alemania, de Inglaterra;

judíos, rufianes, conversos,

reyes en cadalsos, reinas...

y más allá

la indiana venganza,

el aborigen exterminio,

la española decadencia...

vascos, teutones, egipcios, palestinos,

y viene de pronto una inmensa bola de hierro

cerca del sistema

y surgen gnósticos y arcanos

y profetas

anunciando la ira de Dios,

mayor iracundo, mayor escanciador de sangre,

de odio, de justicia, de guerras,

punto donde confluye toda la bronca,

la cual no se aprende,

no tiene escuela.