LA BRONCA NO TIENE ESCUELA
Para los que creen saber
la etimología de la palabra bronca,
la bronca no tiene escuela.
Ahora que los maestros la hayan puesto en práctica
es otra cosa:
cuando Bernales, el de tercero secundaria,
dijo que el profesor de Lengua
era un fascista (aun cuando no mentía),
trajo contra sí una racha de ceros todo el año.
Suele verse hoy a Bernales
arrastrando el portafolio, después de mucho,
por culpa de aquel némesis sexagenario.
Algunos conocimos de pequeños
ese sabor carbónico de la bronca,
ese resabio a plomo y sangre
que como arañas,
buscábamos inocular en el adversario:
hemos puesto ojos en tinta,
hecho trizas las cabezas
de los cocolisos en los estadios,
de los borrachines pegantines
y de algún noviecito celoso
cuando la de su cariño
nos dedicó una mirada de soslayo.
La bronca viene en vasos
de alabastro negro y húmedo
y ha de beberse
como quien se prende a las ubres de la tierra
y mama el lodo de las ciénagas
y no ha de parar jamás en tanto
no seque todo océano
y río y cauce y humor de la superficie,
de los hondos manantiales,
de las cantinas,
de los jarros.
Hay pueblos que la conocen bastante bien
como este triste pueblo mío,
furioso cuando descubrió que lo habían traicionado.
De inmediato, la bronca lo sacó a las calles
hermanando al patotero con el señor de oficina,
al viejo y al medio anciano,
al pelotudo y al sabio de bar,
a la chismosa y a la vecina que nunca sale
y que temieron, después de tres semanas,
que hubiese muerto en el sueño
o víctima de las palizas de su marido.
Todos fueron, entonces, una gran masa de humo,
grito, barricada, piedra,
palo y revuelta,
monstruo que se levantó
contra la oligarquía homicida de niños y jubilados,
contra esa camarilla intrépida y lasciva
de diputados, senadores,
ministros, empresarios
y el mayor zángano de la colmena,
gordo y henchido tras sus patillas
de caricatura saudí.
*
La bronca no tiene escuela.
No se aprende ni se enseña.
No la contienen dentro de un frasco.
No es antídoto de nada.
Apenas un veneno,
una protesta...
Y he aquí un poco de ella:
Adán, Eva, su prole,
Esparta, Atenas, Persia...
un prefecto y un crucificado,
muchas manos alzadas y recias...
sangre en los campos de Flandes,
de Alemania, de Inglaterra;
judíos, rufianes, conversos,
reyes en cadalsos, reinas...
y más allá
la indiana venganza,
el aborigen exterminio,
la española decadencia...
vascos, teutones, egipcios, palestinos,
y viene de pronto una inmensa bola de hierro
cerca del sistema
y surgen gnósticos y arcanos
y profetas
anunciando la ira de Dios,
mayor iracundo, mayor escanciador de sangre,
de odio, de justicia, de guerras,
punto donde confluye toda la bronca,
la cual no se aprende,
no tiene escuela.