I
«Poemas de laureles».
Se convierte su sangre en glicerina,
delante del espanto
de mis amantes ojos
que lloran lágrimas
de orgullo disipado,
ante esta negación de poseer
al ser amado.
Sus pies se insertan en el suelo,
raíces que la sostengan,
sus delicados brazos transmutan
en entrelazadas ramas.
Su tronco de carne y piel
muda a leñosa corteza.
Una total metamorfosis
que de mi apetito la proteja.
La sed de ti, Dafne,
nunca será satisfecha.
Te robaron tu cuerpo
en mi inhóspita presencia.
Y ya no besaré tus labios,
no acariciaré tu cuerpo,
no poseeré tu vientre.
Ya no oprimiré tus pechos,
ni mis manos te
deambularán hambrientas.
En este flechado amor,
envenenado y enfermizo,
delante de tan robusto
y hermoso árbol tallado,
tomando tus hojas verdes,
venerarte prometo,
para nacer de laureles
una corona que adorne
mis sinfines de victorias
beneméritas y célebres.