Te encontré en el silencio de la aurora
mientras la estrella que en el cielo tirita
descubría tu vestido, margarita,
de un blanco que seduce, que enamora.
Que amurallada con esa suavidad
de pétalos como firmes soldaditos
pareciera la estrella hecha pedacitos
caída de lo alto, de la inmensidad.
No sé si estabas triste, si llorabas,
bella margarita de luz impregnada
porque como si de lluvia coronada
sobre el firme tallo en el cual te alzabas
caían aquella mañana de estío
o lágrimas o gotas de rocío.