El cielo gris, plomizo,
de nubes enlutadas,
cristales de swarovski
con discreción, derrama.
Y en un instante súbito
la atmósfera embrujada,
al paso de su cuerpo,
augura granizada.
Quizás porque contempla,
si acecha en su atalaya,
el paso deslumbrante
de una beldad serrana.
Que incita que el nublado
descargue junto al agua
la lluvia de joyeles
que lucen en su estampa.
Sus formas se comprimen,
las ropas se le empapan,
y corren por su piel
haciendo filigranas
las perlas que un diluvio,
a modo de mil lágrimas,
la envuelven en brillantes
y pátinas de plata.
La imagen que dibuja,
flor húmeda y mojada,
es tan evocadora
que aviva de mis llamas
un fuego estimulante.
Y ahora que ya escampa,
el surco de esas gotas
converge con mis ansias.