Gonvedo

ENCADENADOS

I.

 

Finado el estío, fiesta carnal, saturnal

de la abundancia, se entella el otoño

haciendo de su traje medida,

y cual Lestrigón instaura su reinado

sobre hombres y bestias hasta el solsticio

invernal, tiempo de ayuno.

Defenestrada la dios de la abundancia,

pútridos los frutos, ajadas las flores

de su otrora fértil cuerno,

el sol se adivina velado, apenas un borrón;

ya no es aquel sol inmaculado,

tan solo una quimera luminiscente,

diríase alunado.

La tierra, los árboles y plantas,

en sienas y ocres, ven perdido su vehemente verdor,

que anuncia otros rigores.

El tiempo y la vida se desenvuelven amodorrados,

cual Amilamia afable y caritativa,

sin el estival entusiasmo, en continua ensoñación,

en arrebatado embeleso de sí mismo.

Cloto hila, Láquesis devana y Átropos corta el hilo

tanto del recuerdo como de la vida.

 

II.

 

Hoy, que nada tengo que ofrecerte,

me presento ante ti avergonzado,

con las manos vacías,

obscenamente incorpóreo,

cual sombra mutilada.

 

Hoy que nada tengo que ofrecerte,

me presento ante ti taciturno,

lacónico en la palabra y en el gesto.

 

Hoy que nada tengo que ofrecerte,

me presento ante ti implorante,

ridículamente obsequioso,

enjalbegado, cual pared, mi rostro.

 

Hoy que nada tengo que ofrecerte,

me presento ante ti mendigo de razones,

desmedrado en mi orgullo,

huérfano de un manes que purifique mi alma,

dejado de la mano por mi musa.

 

III.

 

Sé que lo que una mano te da

la otra te lo arrebata; también sé

que mi hogar está donde cuelgo mi abrigo.

Sé que no es fácil encontrar al inquilino

adecuado para nuestro corazón:

unos no llegan a vivir en él,

otros se encuentran de paso,

algunos tan solo pernoctan,

otros más se quedan a pasar una temporada,

incluso, algunos de ellos se van dando un portazo,

pero hay otros, los menos, a los que amamos

y estos se quedan para siempre,

aunque ya hayan partido.

 

Por eso llamo hogar al lugar que siento mío,

al que yo pertenezco, donde el fuego nunca se consume.

Y llamo hogar, al lugar donde tú te halles,

sin importar la distancia,

a los años que juntos nos quedan por despedir,

al café que nos despierta cada mañana,

a tus manos calientes cuando hacen el pan.

 

Llamo hogar al sol bajo el que camino,

a la tierra que piso

donde algún día yacerán mis huesos

libres de la carne que los oprime.

 

 

\"En el país de la reina de los encantamientos\"   (2012)