A Sócrates lo mató la Democracia. Murió con elegancia y prefirió ser muerto por la Democracia para así matarla. Murió como un Dios. La Democracia obligó a un gualdrapero a tomar la cicuta.
—se me olvidó anotar el autor de la cita. Parece que es de Platón por aquello de su recelo hacia el menos malo de los regímenes políticos.
Coherencia.
Coherente con su pensamiento,
con lo que predicaba en las plazas
—pervirtiendo a la juventud
que a su vera se sentaba
si atendemos los decires y las chanzas.
Morir, dar la vida
por el contenido de una palabra,
por una idea, por una conjetura.
Su vida no vale nada
si recurriese a amistades
que terciando varas
entre el poder de las masas
evitarían lo que a voces se gritaba.
Quiso morir de pie —vivir tumbado,
o aún postrado no sería vida—, quiso
predicar con el ejemplo; un friso
con su estampa en el Partenón
no habría bastado a su jactancia,
a su vanagloria, a su orgullo
por el trabajo bien hecho,
por el deber cumplido, por el amor
eterno de sus amigos sobre la cama,
por su mujer que no entendía,
por sus compañeros de tertulia y charla,
—por un Platón que ausente la palma
de la fama se llevaba, y el olor de la retama
quedóse huérfano de su pituitaria,
y el del prado, y el de jardín y el de la plaza
donde de temprano los pupilos aguardaban.
Coherencia —o lo que es igual, dignidad—
es la palabra que encabeza sus reseñas,
sus monográficos de plata, sus anécdotas
inventadas, sus no sé que no sé nada,
sus idas y venidas, sus banquetes y sus baladas,
sus lecciones, sus humildades soterradas, su vida...
La vida...¿Qué vale estar vivo si es a costa de la palabra?
¿Qué vale respirar un aire si viciado entra, avasalla?
¿Qué vale si vivir con la cabeza gacha, mirando un suelo
de lodo y cieno y sin mirar a la cara?
Nada, no vale nada...