Huyamos de la mentirosa rosa
que te atrae con su fragancia,
que te deslumbra con el color
de sus suaves mejillas;
que cuando te la crees tuya,
cierras los ojos para poseerla
y un dolor te sorprende
y sangre te arranca.
Huyamos de la falaz hiedra
que, enamorada, abraza tu cuerpo
con suavidad, rozándote
con sus hojas acorazonadas
y cuando ensimismado te quedas
por su candidez arropado,
en ti echa raíces
y con sus tallos te ahoga.
Huyamos de la frágil mujer
que a ti sumisa acuda,
cubierta de lágrimas,
la mirada al suelo
y unos rojos labios ardientes;
que cuando consuelo quieras darla
herirá tu débil corazón,
matará a tu alma.
Huyamos del yo mismo
que tan bien lo conocemos,
que por felices nos tenemos
al descubrir nuevas madrugadas;
bien juntos, como sombra adosada,
que aunque engañarnos no queramos
siempre nos marcará un destino,
ése que nunca hemos buscado.