PETITORIO A LA ACADEMIA
Uno que va diciendo palabras
aquí y allá
como si importaran gravemente al oído,
y es esta cabeza mía, te juro,
que las larga a su albedrío…
Cualquier cosa hace por desembarazarse de ellas:
las disfraza de rosas, de versos,
antes del irremediable suceso de que echen raíces
y nada pueda borrarlas.
Otro que las va recogiendo
con la más floja de las energías,
haciendo el papel del que ha oído su nombre
en medio de la alegría.
Lo realmente asombroso es
una serie de raros hombrecillos
-atentos en verdad a las palabras-
cuya meticulosa pluma registra
lo que es aún un pensamiento
o una delicada mudanza
de la intuición al intelecto.
Estos señores me hacen reír.
Son muy puntillosos del decir
cuando lo dicho les es por completo ajeno
a los manuales académicos
y a las convenciones de sus convencimientos.
¿No es gracioso, amigos,
que le midan a uno los versos,
que le ausculten el ritmo o le pesen
el adjetivo en una romana
donde pesan también su propio estiércol?
Como no tengo tiempo de salir de casa,
por estar ocupado en un poema lleno de percebes
y sirenas enamoradas,
no me queda otra cosa que pedirle
a estos magísteres en opinión y gramática,
que le perdonéis la vida a mi poesía,
que no tiene la edad ni el peso todavía
para considerarla
vuestra botana.