Tengo témpanos y un odio instintivo
ese suculento secuaz de los movimientos
ese grano purulento la lengua de los pájaros inaccesibles,
bosques de impenetrable belleza, donde
fósforos y frondas se confunden, arden como en
la mente de un José o de un Buda.
Tengo carpetovetónicos juramentos,
ese ídolo del advenimiento intranquilo,
donde duermen las avenidas su largo solsticio,
el invierno imperial de las mesetas zaragozanas,
tengo todavía ese hilo dental.
Tengo aves que migran asolándose mutuamente
himnos de injertos fértiles, de agua reposada,
de savia descastada, de ecuestre cintura, perfumada.
Oh cabreado dios de las secciones faraónicas!
Cuídate mucho de opinar sobre mí-.
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