Al centro de la mesa
Al umbral del bosque llegó el ausente.
El río que limpia los espejos ya no atraviesa la casa,
un coto de silencio desaloja el bazar de las preguntas,
la forma de un saludo desamarra la sombra que lo acompaña.
La última flecha dejó una lámpara de humo
en el ruido de la soledad.
Al centro, en la mesa, hay un mar sin orillas,
una nave de sortilegios, palabras quietas que arden
como huesos que duelen a los muertos.
En las nupcias del recuerdo,
veloz como un delirio,
sentado sobre el dolor el ausente mira lejos
para no ver nada:
solo en la quilla del cielo a una hilandera
y a un ángel con el prólogo de la censura.