Fue en Sevilla –esa que me empalaga–
donde estuve persiguiendo tu sombra
y dibujé una florida alfombra
bajo tu estela, que tanto me embriaga.
Y..., en la sosa Lisboa, fui a tu zaga,
viendo como lo anodino te asombra
cuando es tu propio pie quien desescombra
las suaves pisadas que el tiempo apaga.
He viajado tras de ti por el mundo,
reviviendo todos tus comentarios:
en Viena, la del rigor furibundo,
o en París, el de amores incendiarios,
en el que, sin coincidir ni un segundo,
tú y yo nunca anduvimos solitarios.