Y el hombre mudo, insípido, y gélido y con temor, si Jacinta lo tomó por un brazo, y lo trae a colisión en el medio del callejón, llega el muchacho el que le propinó una paliza de esas en que nadie sale vivo, y lo confronta también, pero, existe algo, de que el hombre nunca se ha defendido ni lo hará, sí, es culpable, es mudo, es un ser ignorante, un ser depravado, sin honestidad, sin integridad, sin el menor grado de sensibilidad, y sin saber de que a una mujer no se toca ni con el viento, el hombre se dispuso a hablar, pero, era mudo el hombre. Solamente bajó la cabeza en señal de que él no fue el bandido quien le violentó su cuerpo y que violó a Jacinta dejándola encinta del niño que esperó, Jacinta. Y tomó las riendas en sus manos, Jacinta, lo toma por el pecho y le agrede, lo insulta y más que eso bebe del néctar prohibido de la vindicta, de la confrontación, del enfrentamiento, y más que eso del dolor que ella padece desde esa triste violación y desde entonces. Ella, Jacinta la que quedó encinta de ése mal nacido, que le violó el alma y más que eso a su cuerpo, hizo talión entre sus manos de dolor, de odio y de devastada rencilla hacia a ése mal hombre, y con las mismas manos que da amor y que carga a su hijo en brazos, sí, con esas mismas manos, y supo algo de que su mundo era tan inmenso como el perdón que en ese momento no existía ni por su memoria, ni por su cabeza, ni por su cuerpo ni por su piel ni por sus manos cuando lo agarra, a ése hombre, con el dolor que lleva desde sus más rojizas entrañas y el mudo enmudeciendo, callando lo que debía de hablar y defenderse, pero, no, no quiso hablar como ella una vez, y calló el mudo, un joven de apenas más de treinta años, parecido y muy diestro en lo que hace, le parecía a Jacinta. Todo el barrio se volcó en señal del dolor y de la ira mal inconsecuente, él, el mudo, no entiende lo que sucede, sino que no sabe nada de la vida, no entiende, no comprende, ni tan sólo tiene la menor idea de lo que al pueblo le sucede. Cuando en la osadía de creer en el día se perfiló las más garras de Jacinta en contra de ése mal hombre que dejó a Jacinta encinta. Cuando en el embate de dar con la sorpresa de su vida, se dió en contra de una pared, porque eso era Jacinta, una ola de ese mar bendito, o como en el mismo cielo en el aire sosegado. Porque cuando en el aire quiso ser como la misma tormenta o como el mismo nivel del mar y atrapar a ése vil hombre entre dos celdas y que nunca saliera de allí, eso era lo que más quería Jacinta la que quedó encinta de ése vil hombre, el cual, se petrificó su espera en poder atrapar a ése hombre. Hasta que lo compromete y le da una cruel golpiza hasta que le duelen los nudillos de las manos a Jacinta. El mudo sin poder saber ni comprender nada, él, ése hombre que le violentó su cuerpo no decía nada y se dejó golpear hasta que su instinto lo soportó todo, pues, su forma de creer en su alma muerta de fríos y de miedos y de temores inciertos se vio acorralado, atrapado, y sí, y muy atado a la vida misma, pues, en el sosiego de la vida era un ser mudo, no escucha nada y nadie sin saber ni percibir el momento, y Jacinta dando puños y tratando de aclarar todo y que las habladurías del barrio y más del callejón se detuviera aunque fuera por un breve instante. Cuando en la sospecha de creer en el delirio sosegado y petrificado de tal manera y con tal forma de hacer creer en el embate de dar con la vida una sola solución con el fin en entregar lo que conlleva una amarga atracción de creer que en el aire y en el viento, rozando en la piel un sabor conocido a muerte y a letal daga, si cuando el joven vecino de Jacinta sacó de su mano izquierda, si era zurdo el chico, una daga, con la cual, irrumpe el destino en un frío y sosegado tiempo, pero, no, no se perpetró nada sino que el mudo cayó desesperado y desmayado en el mismo suelo frío y tan gélido como el mismo callejón solitario donde se le violentó el cuerpo a Jacinta con una luna blanca del color nácar virginal de la noche a expensas del sólo frío y tan álgido como el saber de su instinto a flor de piel. Y su piel de color blanco brilló esa noche, fue sólo esa noche en el callejón donde ése hombre le violentó su cuerpo dejando estéril al corazón de Jacinta la que quedó encinta de ése hermoso niño, el niño que esperó, Jacinta y que lo amó desde el primer día en que lo parió. Cuando en el trance de la verdad se vio fría la verdad y tan impoluta como el mismo viento, en que acaricia el tormento de un cielo gris, y de un sólo tormento de ver el cielo en tempestad y de un negro color, el cual, se tornó en el callejón desesperadamente inocuo, pero, muy transparente para observar desde su insistencia, sí, cuando en el altercado frío se vio acorralada por el tirón de ése hombre que le despojó el vestido a Jacinta, la que quedó encinta, con el niño que esperó, Jacinta, si fue esa noche, solamente esa noche y en el callejón frío y tan álgido como el viento frío y tan sosegado de tiempo y de rica tempestad cuando se fue a su hogar callada y calló lo que debió de expresar la jovencita Jacinta, la que quedó encinta de ése vil violador. Y el mudo en medio del callejón y en medio de todo el barrio y se fue casi de la vida con los golpes que recibe de Jacinta y casi con la daga letal del vecino de Jacinta, la que quedó encinta, cuando casi se le hiere a punzada de espada con esa daga letal. Si el mudo no habló nunca, nunca dijo nada ni se pudo defender de toda esa golpiza que se le propinó a él, al mudo, al que supuestamente violentó al cuerpo de Jacinta, la que quedó encinta, con el niño que esperó, Jacinta. Y el mudo casi moribundo yace tirado en el suelo frío en ese callejón solitario y con un nefasto frío dentro de su piel. Y Jacinta promulgando la culpa y la sentencia de ése hombre, el cual, le violentó su cuerpo y más su dignidad e integridad como mujer dolida por una vil y una triste violación que le causó ése mal hombre. Y su reputación quedó a la deriva, y su integridad de mujer quedó en el suelo, como él se halló en ese mismo instante en que Jacinta lo confronta y le perpetra una senda golpiza por haber violado a su cuerpo y más a su alma dejando estéril a su pobre corazón y más que eso haber dejado un color nácar de luna blanca en el centro del cielo cuando la despojó de su vestido y violó a Jacinta, la que quedó encinta, del niño que esperó, Jacinta. Si el verdadero violador desde una esquina de ese callejón observa todo, cuando en su afán de violador no quiere pasar por una situación así, pero, se conmueve de ése hombre tirado en el suelo llorando devastadoramente cuando le caen encima todo el barrio y más en ese triste y desolado callejón, haciendo talión con su propia justicia y más con las propias manos de la misma gente del barrio, pero, hubo un error, un gravísimo error y un mal e inconsciente instante desde que ése hombre no fue el violador que violó a Jacinta, la que quedó encinta, con el niño que esperó. Si aquél hombre culpable se conmovió, se electrizó su forma de dar con el dolor que siente ése hombre tirado allí en el suelo en medio del callejón frío y tan desolado, y a sabiendas de que es mudo, y no se pudo defender ni con sus propias manos y ni tan siquiera con deseos. Y llegó la policía a arrestar a Jacinta y a toda esa gente por agredir y matar a ése hombre con golpes. Y el mudo sin poder hablar, ni entender lo sucedido, muere en el acto. Hasta que aparece el hermano gemelo del mudo y les dice -“sí, fue él”-, y Jacinta arrestada fue a parar a la cárcel, pues, su mundo se tornó frío y desesperadamente mal intransigente, aunque siempre le quedó la duda, todo fue de esa vil manera. Y Jacinta, la que quedó encinta, se mira en el espejo de la cárcel como queriendo expresar la tristeza de su alma gemela en el espejo y se dice para sí… -“¿y si fue él…?”-.
FIN