EFRAÍN PROHIBIDO
Fuimos prohibidos.
En las escuelas se enalteció el busto
de nuestros captores.
Se dijo en los pasillos que habíamos muerto,
que con un poco de suerte
el olvido vendría con su flor en los labios:
una flor de luto, una flor
sin el más físico aroma,
sin el más mínimo propósito de perdurar.
Los noticiarios no quisieron mostrarnos.
Se habló de alguien que hizo algo
y nada más.
Luego las radios, la televisión, los diarios
anunciaron un asunto de faldas y pantalones.
Esa fue la oportunidad para callarnos.
Fuimos prohibidos y a nadie interesó nada.
¿Qué podía importarles
un grupo incipiente de canarios
cantando al alba?
Yo vengo del otro infierno.
Allá las cosas resultaron semejantes:
prohibidos los besos,
los versos, las ansias,
prohibida la carne, los rezos,
los sueños, las cartas,
prohibidos los cuentos…
¡Prohibidos! ¡Prohibidos!
Yo vuelvo de Federico,
regreso desde Lautaro,
hablo por Simón, por Espartaco,
por Juan Pérez, por Marcelino,
por la hermana de Francisco Álvarez,
por el amigo del tío de un amigo.
Vengo en pronunciada caída y no estoy solo.
Alguien viene conmigo.
Alguien se ha puesto las afiladas uñas
de la guerra
y las coloradas manos de la venganza
y las jinetas
del más obediente deber
y tomando entre sus manos un tambor
me sigue por potreros y arrabales,
por casas y monasterios
sembrando un canto que no es de ave hoy
pero lo será mañana.