Si he llegado hasta aquí es porque creo
que aún existe un jardín en el que somos posibles todavía
aunque fuere un instante, nada más que un instante
de sol entre tú y yo
como un temblor de luces hacia la eternidad,
si he llegado hasta aquí es para decirte que has sido tú,
precisamente tú, quien me ha enseñado
que el amor y la muerte se parecen como dos gotas de agua
y que ambos
multiplican por dos y hacen que giren
en un mismo sentido los umbrales del miedo.
Y por eso reclamo morir este presente de aljibes y jirones
en que escucho llegar desde un rincón vacío de la casa
el pequeño rumor con que me nombras
y por eso
busco a tientas la tabla donde asirme y el estruendo
de las olas más altas para estar junto a ti mientras nos arda el aliento
de toda esta belleza que nos ciñe.
A veces te decía, ¿lo recuerdas?:
“te aprenderé, por más que las estrellas sean mi tumba y el tiempo se deslice”,
pues, mira, te aprendí,
te aprendí con el leve chasquido del pan que se comparte,
con el tumulto incierto de mis manos flagelándose a ciegas,
te aprendí muchedumbre y aflicción,
Babel y Disneyland,
el signo que revela la inmensidad de un Dios que se nos hace
más muerte cada día.
Y aún estoy aquí
como si fuera
el penúltimo días de los siglos.