Fátima Aranda

Rondar un año

 

Llegas tarde. 
 
No hablo de horarios,
ni de franjas, 
de los relojes analógicos 
o digitalmente crueles 
que nos arrastran. 
 
Llegas tarde al baile del disfraz 
que hace tiempo atrás 
me enmascaraba.
 
Ya no tengo fuerzas, ni ganas
 
para encarar de frente 
un cierzo que me acartona 
con sus heladas las orejas. 
 
Mi pelo ya no aguanta 
más escarchas 
ni los soplos del viento 
de un norte, 
por el que he caminado 
tan a menudo,
que me conozco de memoria 
sin llamar al asistente de turno 
del duro plástico rugoso 
del salpicadero.
 
No tengo fuerzas, ni ganas
 
para un interrogatorio monótono
en la austera comisaría gris 
de cualquier Furillo triste 
y su también triste canción 
azul, cansada. 
 
No tengo fuerzas, ni ganas. 
 
Lamento pervertir la inocencia 
nívea de tus previsiones 
y me corroe adivinar la decepción 
plantada en la sala contigua 
de tus ansias. 
 
No eres tú, 
no es personal,
soy yo. 
 
Yo, sólo yo,
y los miles de desaires 
que me despeinaron el flequillo
engrasado de la paciencia 
y me han convertido en la cínica
que hoy me habita 
desalmada.
 
Llegas tarde para todo
 
y para cualquier cosa;
para la cita, para el amor, 
para el café. 
 
Ni siquiera ya llegas a tiempo 
para el dolor que puedo ser
capaz de infringirte 
 
si te quedas.