Su mirada no disimula que pesa de hastió,
pues en cada argumento que replica,
refina su intelecto defensivo.
Su respetable habito hostil,
me deja conocer el dócil temperamento
que oculta celosamente, tras esa mirada indiferente,
que se marchita por un constante ardid poético.
Su ira reprimida y la elegancia dominante al despreciar,
me traduce la esencia de un pasional talento desperdiciado,
pues se agotó de interpretar mala poesía, adjuntando
en su arsenal, como identificar la insinuación y lo lascivo,
en lenguaje kinésico, y en su literatura, lo posible y
lo ambiguo es lo mismo que la mentira.
Hay un odio que fingimos por el otro pero junto
con la indiferencia, nos acercamos un centímetro más.
Es completamente nuestra esa sensación tan cálida de fervor
por entendernos entre tanta indiferencia.
Puedo comprender la repulsión en sus palabras,
pues ella sabe, que nuestra química del odio es convexa a la euforia.
Nuestro orgullo y prejuicio nos convirtieron en esos
ridículos que prefieren compartir un espacio juntos
mientras se alaban mentalmente, pero se fastidian al
intercambiar palabras, deshonrando su identidad y
ofendiendo su intimidad. Aunque sin importar
cuanta subestimación haya, la arrogancia fenece
a la primera señal de cortesía, por la única razón
de que nos cuesta aceptar algún elogio, ya sea dado o recibido.
El subconsciente subvierte nuestras emociones, así que recurrimos a él,
preguntándole qué clase de situación nos haría estar cara a cara,
para dejar una pista de interés escondida entre el desdén.
Somos tercos para admitir que el odio del pasado
no nos deja ser como queremos en este presente instante,
porque no queremos destruir la fortaleza de nuestras ideologías.
Odiamos la idea de ceder primero pero no costo ceder
o al menos evitar una sonrojada faceta de vergüenza.
Mi sombrío sentido del humor me incita a provocar su delicado enfado.
El impulso de nuestra indiferencia, convenció a su mirada, y a mis labios.
Los sentidos fueron abrumados por la inquietud, reavivando el nerviosismo
como una clase de congratulación dejarnos tan embelesados,
que casi omitimos besarnos.