LAS HEBRAS DEL AMOR
En un lugar bajo el monte
yo conocí a mi princesa,
el pueblo era muy pequeño
en su plaza hubo verbena
y en medio de la algazara
me conquistó la silueta
blanca como una paloma
con sus ojos de muñeca.
Yo le dije: \"eres divina\"
mientras bajamos la cuesta
y al pasar las diez farolas
relumbró la luna llena,
se atemperaban las voces
y relucieron las eras.
Los márgenes de lavanda
tanteaban las estrellas,
el aire trenzó alhelíes
de su brillo en la melena
y al parar junto al camino
fue de intimidad la sierra,
bramó a lo lejos el ciervo
y despertó mi eros cerca.
Yo susurraba a su oído
mil volcanes, mil hogueras
¡qué ojos claros!, ¡qué piel suave!
prendado de su belleza.
Por encima de las copas
vertía la cristalera
pájaros de luz y estaño
para volar en sus piernas,
sus manos fueron al pecho
sin rubores y dispuesta
mientras el tul de la noche
cubría la blanca seda
de unas magnolias que el viento
desplegó en la piel secreta
de un escote que brillaba
como las manzanas frescas.
¡Qué mercurio ajetreado!
del río en su torrentera,
se habían roto en su cauce
fragmentos de luna nueva
y el murmullo de sus aguas
cual celosas castañuelas
hurtaba al viento las voces
de la fiesta de la aldea
mientras una celosía
de romeros y hierbabuena
ocultaba un lecho donde
el amor dio rienda suelta.
Un jadeo último y sordo
nos acostó en la maleza
y el dulce brizar del sueño
la hacía su prisionera.
Yo ahora la miro absorto
de corazones y arena
y un amor profundo crece
allá donde el alma reina.
Duerme mi chica en el campo
con enmarañadas trenzas
y una aureola en su torso
de recién quemada hoguera.
Yo a ella la amo despierto
de efervescentes secuelas
y en esta orilla los juncos
despeinan sus cabelleras
deslizando en el relente
partículas de canela.
Nace un ensueño en mis ojos
la noche pierde sus prendas
y ese azulón pasajero
vuelve a vestir las vergüenzas.
La aurora salta los montes
y en los arroyos aumenta
para exhalar en su cuerpo
doradas iridiscencias.
Maduras de paz circulan
nubes redondas y espesas
y un labrador mañanero
bruñe un ramal de la acequia.
Despabiladas avispas
de flor en flor aletean
y el rocío azul relame
de dos en dos las cerezas.
Espigas verdes clavadas
entre la ropa confiesan
secretos incandescentes
y altas pasiones abiertas.
¡Como gruñe el campanario!
de la torre de la iglesia
¡qué girasoles!, ¡qué prunas!
engalanando las huertas,
se funden dos corazones,
canta que canta la sierra
y una alborada de gallos
a lo lejos cacarea.
Autor: Doblezero