EL ARROYO CATALÁN
Ya más verde el panorama, más al norte,
en la provincia de Gerona,
corría un arroyuelo entre los árboles
de desiguales tamaños y espesuras,
y entre tierras de labor. Formaba alguna poza
al descender o se deslizaba,
con rapidez imprevista, sobre la piedra
pulida del cauce, que formaba, en algún tramo,
una especie de rústico canalillo.
En algún tramo, fronda espesa,
como bordeado de una selva en miniatura,
–hermoso en casi todos sus puntos–
y otros tramos que corrían al lado del bancal con siembra,
donde algo había crecido, una especie de pasto o de espiga.
Seguí varias tardes su curso
y, luego, regresaba sobre mis pasos,
cauce arriba, pero nunca
quise saber a dónde tenía su final,
cómo se agotaba, a dónde iba a parar en definitiva,
en qué momento trágico se perdía.
Yo salía corriendo para perderme
en la ribera, en la enmarañada sombra
y junto al permanente rumor del agua.
Llovía con alguna frecuencia,
también durante el verano.
El tren se desplazaba velozmente
hacia el norte, y se iba cubriendo el paisaje
de bosques, con un panorama cada vez más tupido, más denso de vegetación.
Las ramas se entrelazaban
hasta formar la cobertura vegetal, selva intrincada
en cuya sombra cabía un solo hombre,
o, tal vez, un hombre y una mujer amándose,
una mujer y un hombre abrazados,
y algo de frescor, y verde manzana, y verde espiga
al lado del ligero trote del agua.
Y yo tenía que pisar el polvo
sobre ciertos tramos, los que aparecían
recién labrados, con tal de seguir
el curso al lado del cauce
con fidelidad obsesiva.
Todos los arroyos son parecidos,
en cuanto a longitud, en cuanto a caudal,
a los olmos y a las mimbreras de la orilla
detenidos sobre el borde o escasos metros de la humedad; pero
lo cierto es que no causan
la misma impresión.
Recuerdo de aquellos días que llovía mucho con alguna
frecuencia. Y que algunas tardes,
oscuras nubes bajas
parecían llenar el vasto espacio vacío,
y que, luego, en un instante, se precipitaban
en forma de corriente aparatosa, por arroyos,
por cauces y barrancos,
que hasta ese momento habían sostenido un modesto caudal.
Gaspar Jover Polo