Intentaba pescar, por la presa que se extiende entre los campos áridos de aquel exuberante lugar. El sol poniente disimulaba el último filamento de oro, el día se hundía cada vez más entre azules profundos, y la tierra, despojada de verdes, se extendía silenciosa y desolada.
De pronto un pez pico el anzuelo, tensando el hilo transparente entre aquella oscuridad, dejando el surco de la calma del atardecer y mi contemplación atrás, no duró más que unos segundos y después nada… de nuevo el anzuelo flojo.
El pez que irrumpió mi momento solitario, logró huir con la carnada, de pronto pensé verlo entre aquellos toques últimos de claridad elevándose en el aire, casi triunfal, aquel cuerpo escamoso se elevó de entre aquella oscuridad, escapándose con él la calma del atardecer.
El llano oscurecido, el agua meciéndose a la luz de las estrellas. Algunas casas de los lugareños comienzan a prender luces vespertinas, ahí donde velan los corazones de los padres, ahí donde las vidas de los niños rebosan de alegría, ahí donde el pez escapó con la carnada.