¿Habrá encontrado la felicidad en alguna parte?
Siempre se perdía -en ese rincón
que era el lugar donde le hervía la memoria-
mirando hacia la calle,
al caer la noche, cada vez que oía a los grillos
y al aire suave rozar -como aliento
que acaricia a las almas tristes- la vieja cortina
que más parecía mortaja de bruja.
Siempre le gustó la penumbra, mirar
desde un lugar sin ser mirado, querer
sin ser querido…
Siempre supo que era un subnormal
que de repente escribe cosas
que no es capaz de hablar y otras veces de hablar
sin nadie que lo pueda oír;
Hasta hace algunos años se sentaba, fumando
un cigarrillo, con los ojos rojos y un vaso de vino
al costado -aun cuando no le gustaba fumar
y al vino lo dejaba calentarse con el aire-
pero se permitía estar como un idiota
consigo mismo: creyendo,
imaginando y esperando quien sabe que…
A veces lo encontraba leyendo a Vallejo, Rimbaud,
Pizarnik y cualquier libro de historia antigua
-ensimismado- como si estuviera en una burbuja
o drogado con algún recuerdo;
También decía que tenía miedo al ser humano agrio,
al ácido y remoto desde adentro
y más aún al que está roto y quebrado desde su raíz.
En fin, parecía alguien que iba entre dos llantos,
todo monocorde, con las sombras mordiéndole
el alma y aprisa con su leña bajo el brazo…
Sin embargo, creo, tenía el valor de esa humanidad
que va en el verso triste, de esos
que llevan su dolor hasta el placer
y su gemido como una fruta en el alma.
Ahora que ya no está -me pregunto-
¿Qué será del alba sin sus luces?
Y qué del vino sin su sanguínea espera,
de su sombrero formal, del humo blanco de su pena.
¿Qué será del rincón donde ya no cae nadie,
y del minutero que suda cada uno de sus pasos?
Que será de mi hermano, ahora que olvido mucho
recordando…