En un velero de nieve
embarco a tu isla celestial
con una brújula que se detiene
y sin miedo a navegar.
Tus pasos por la orilla,
centellas de tormenta embrutecidas,
suplican por el polen de mis dedos
a la bruma del candado y el trigal.
Una manzana arrastra el viento
hasta la corriente del manantial
mientras alas de llama violeta
aletean rizando el mar.
Cuando la plata se esparce,
cruza una estrella fugaz
y las mantas sueñan en magnolias
cuando mi velero ya no está.