Soy el nombre que me dió mi madre,
un nombre de indio comentó alguna vez mi abuelo racista,
soy el desayuno de huevos y frijoles,
un desayuno de campesino
según mi compañero a veces clasista,
soy unas caderas sueltas y sudadas
celebrando el ritmo de la música,
soy lágrimas de nostalgia
por mi abuela y mis sobrinos
mis volcanes y sus pueblos.
Soy la herencia de violencias,
de matanzas y violaciones reificadoras
de la propiedad blanca sobre la tierra,
soy el cuerpo crecido a puro frijol negro
y maíz amarillo del sol.
Soy la ceniza de mil heridas,
heredero del gusto por la bebida como mis abuelos,
heredero de deudas del sentir
que me tocan redimir.
Soy un cuerpo marcado,
un conjunto de lunares astrales,
soy a veces nada,
soy este texto que luego dejará de ser solo mío.
Soy la impertinencia latina en un órden foráneo.
Soy el que se fue y se perdió dicen,
soy el mismo que de niño
maldecía en cada oración
para aparentar de machito;
soy a veces de una suavidad translúcida,
en la que los ojos ajenos penetran facilmente,
destajando mis aguas con su deseo,
sus palabras, sueños y miedos.
Soy finalmente un hilo de pensamientos,
la ideación imaginaria de mi persona,
el abismo redentor con mi cuerpo,
la historia compartida en movimiento,
la insignificancia significativa de mi universo,
el obituario prematuro de un animal peludo.