Viéndote bailar el otro día,
aquel ritmo tan sensual de tus caderas,
con la música de otros lugares,
que evocan desde tiempos inmemoriales,
el olor a sándalo, café y mirra.
Quedo prendado de tus encantos de diosa,
de templo egipcio de faraona,
que me recuerda no sé cuántas cosas,
de un tiempo tan lejano, tan místico, tan extraño.
Quiero decir, hermosa dama,
que, con esos pasos tan hermosos,
con esa bella vestimenta recargada de joyas,
con tu sonrisa cautivante y maravillosa,
que espero que, cuando muera llegue al paraíso,
de tus bailes, de tus brazos, de tus ojos,
y me acojas presurosa, para darme el perdón de mis
pecados, de mis faltas, mis errores, pues dejar a esta hermosa diosa,
tan triste y sola, me convierte en gusano de sarcófago
y me deja en el infierno de mis estúpidos celos.
Preciosa danza que tanto ya he visto y disfrutado,
quisiera que nunca se acabara, y me diera la dispensa,
si esto fuera todavía posible, de una mirada de tus ojos,
un último beso de tus labios y eterno perdón de mis faltas.