Sentimiento oceánico.
Soy una extensión de algo
más grande.
Al ritmo de la vida.
Solo ese ritmo tiene vigencia,
obsolescencia programada,
amalgama de signos y prédicas,
médicas las legiones de sabios
que quieren gobernar
lo ingobernable,
dable es todo aquello
que se incardina con el Universo,
eso, eso es lo que cuenta,
piensa que somos polvo
de una estrella que pasó cerca,
esa es la magia que nos circunda
y nunca debemos olvidar
la procedencia de nuestra carne.
Estrecharme contra las rocas,
brocas cruzarme por entre las uñas,
diurnas mis abluciones sobre el tostado
mar de las tinieblas, niebla, entraña.
No me diferencio en nada
de una medusa, de un cangrejo
porque aparejos aparte, mi materia
comparte su misma sustancia.
Escancia el vino de la alegría,
ese que se vierte hacia el imposible
de un sol que reina sin mediodía,
sin solsticio ni equinocio, sin leyenda.
Esa venda que sobre los ojos
extendemos para que la verdad
no nos confunda —funda esa religión,
atrévete, esa que sobre un frontispicio
de plata eleve esta máxima:
Todo ritmo que plagie o maltrate
el ritmo de la vida está condenado
al más sempiterno ostracismo.
Que el cairós gobierne los mecanismos
de todos los relojes, que gestione lirismos
y civismos, y que la organización
de las cosas lata al ritmo de un mismo corazón .
Ayer te vi, agachada sobre un charco,
jugando con tu barquito blanco
de papel pintado —no había viento,
sus velas en ayuno, esperando marejada,
ataviada ibas de domingo, vecinos
esperando a que volvieras
para que dieras comienzo a la fiesta.
Esa, esa es la vida —lo que pasa
mientras se cumplen tus planes.
Te miro desde lejos, no quiero
interrumpir tu atención,
quiero ser mero espectador
y beberme hasta el apuro
la magia del momento.—
Ese, ese es mi propósito, ahora, siempre.
Te vas alejando, las tareas del colegio
te desprenden de tu ensimismamiento.
Otro día vuelvo, soñar tu sueño.