Una madre angustiada
observaba el equipaje
que contenía el ropaje
de su niña más mimada.
Con un nudo en la garganta,
con la voz ya quebrantada,
con fuerza la sujetaba
y apretaba contra el pecho,
su partida ya era un hecho,
situación que no aceptaba.
Ella no quería entender
que los años de infancia
pasan rápido y sin pausa
dejando atrás la ignorancia.
Ella no quería ver
que su niña había crecido
y que habíase convertido
en una hermosa mujer,
la cual por primera vez
le dijo bien merecido:
Madre escucha por favor
lo que yo quiero decirte
no es mi intención herirte
ni causarte más dolor.
Pero tienes que saber
que no soy más una niña,
que el amargo de la piña
he degustado beber
y los dulces de la miel
han florecido en mi viña.
Sé que quieres evitar
que cometa mil locuras
y que ruede en amarguras
que me puedan lastimar.
Pero debes recordar
que he de gastar mis suelas;
sin puentes, sin escaleras
la experiencia ha de llegar,
que para ganar mis canas
mis pies deben caminar.
Madre mía, buena amiga,
compañera en mis dolores,
no te llenes de temores
que te causen agonía.
De los sabios y de los viejos
me inculcaste altos valores,
con trabajo e instrucción
arreaste mi barca lejos,
nunca he de fracasar
si practico tus consejos.
Madre e hija se miraron
con la más viva emoción
y en un solo corazón
sus lágrimas aunaron.
La madre con añoranza
le impartió su bendición
y elevando una oración
pidió a Dios con esperanza,
su futuro y su presente
él guíe con protección.