Si quisiera llamarte,
nadie contestaría al teléfono.
Sin embargo esta noche
de veras necesito hablar contigo,
escuchar tu opinión y tu consejo.
Duele pensar que tú también quizá quieras hablarme
pero alguien o algo te lo impide.
Tal vez el timbre resonaría
en una casa vacía
o una voz grabada me contestaría
que el número marcado ya no existe.
De cualquier modo, sería inútil,
lo sé muy bien, aunque
a veces quiero creer en el milagro
de que tu voz me conteste.
No lo diría a nadie, quedaría un secreto
entre tú y yo. Algo
demasiado grande para propalarlo. Sólo
silencio y sigilo.
Así de sencillo: tú estás
en tu escritorio, levantas
el tubo del teléfono
y respondes.
¿Por qué no?, me pregunto.
¿Por qué mi llamada no podría colarse
por un pliegue del tiempo
donde estás encerrado, en espera
de las llamadas apremiantes de quien
no se ha resignado a renunciar a ti
y prueba e intenta y desafía
el silencio obstinado de un teléfono mudo
en una casa desierta?