Hierve el cuerpo entumecido,
bajo el abrazo de su fuego.
Arde y clama,
arde e intenta hablar,
arde pero comprende,
como el moribundo
que pasa al otro lado
tras mil años de existencia,
que no hay nada que esperar.
Lame el fuego la silueta
con sus infinitas lenguas,
quema y calma,
calma y quema,
y se puede oler el alivio,
y emerge la pregunta:
¿Son mortales sus caricias?