Políticos que intentan captar más y más devotos,
con mentiras adornadas, a cambio de sus votos.
Blasfeman y se oponen en público a la corrupción
mientras mafias patrocinan su campaña de elección.
No lo saben, pero son el mejor ejemplo de proxenetas:
prostituyen sus ideas para volverse marionetas
de un estado que vende su soberanía al mejor postor
sea corrupto, traficante, o distinguido senador.
Peor es que no se entiende muchas veces la diferencia
entre vandalismo y revolución de conciencias,
en un pueblo que ya ha perdido hasta su idiosincrasia
y se haya sumergido en la bahorrina y la desgracia.
Es bastante conveniente criminalizar la protesta
más aún cuando hay gente que no sabe, no contesta.
Por eso nunca ha sido prioridad la educación:
la multitud bien instruida exigiría liberación.
Colombia es un país que vive en constante duelo
donde la sangre de sus campesinos tiñe los riachuelos,
donde quien gobierna es también el más violento
y mucho antes que la vida, se prioriza un monumento,
donde en veinte años de guerra no se firma un armisticio
porque son sólo los pobres quienes prestan el servicio,
donde se roban los recursos del PAE en la Guajira
y a los líderes sociales los mantienen en la mira.
Basta ya de cobardía y de polarización clasista,
de política del miedo y de prensa amarillista.
Se precisa rebeldía para escapar de este naufragio:
la insurrección comienza con el próximo sufragio.