Se extinguen las voces,
y aquí, todos somos culpables,
unos más que otros, pero al final, culpables.
Decidimos ignorar el ascenso del barro,
hasta que nos dimos cuenta que los
restos de a diario no cabían en un sueño.
Creímos que la neblina en las calles
sería pasajera, fugaz como las otras,
pero esa rama era tan frágil.
Las bestias andan sueltas
y aquí, todos somos culpables,
la tierra es un campo de batalla,
y a diario, dinamitamos nuestra voz.