Roberto Bardecio Olivera

“CARTA DE UN ENAMORADO ABANDONADO”

Amada mía...

                    

                       Mi reloj despertador marca las tres de la madrugada y, aún,  no he podido  conciliar el ansiado y tan necesario sueño. Su monocorde “tic-tac” me resulta realmente insoportable…

                       Hace apenas unos instantes, todo  mi ser, se vio envuelto por una particular y molesta sensación . El sabor amargo de la muerte parecería haberse querido apoderar de mí. Poco a poco la vista se me fue nublando y la falta de aire me sumió en un intolerable y maligno ahogo…

                      El miedo se ha adueñado de mis confusos pensamientos y sólo el recuerdo de tu amada imagen, parece haber tendido el puente salvador que me ha ido serenando…

                       ¡Cuánto lo puedes en mi vida , amor mío, aún sin estar presente!... En qué oasis de dicha conviertes mi espíritu, solitario y angustiado por esta pena que me agobia…

                      Si pudieras imaginarte lo mucho que te estoy necesitando que ya las palabras, diosas imperecederas de la comunicación, resultan pequeñas, frías e inexpresivas…

                      Es que cada latido de  mi corazón, cada paso de mi rutinario caminar, precisa de tu presencia, como el lisiado necesita del apoyo firme de las muletas para poder trasladarse de un lugar a otro…

                      Mi pequeña y añorada Beatriz, me siento realmente nada sin ti, ni siquiera poseo las fuerzas suficientes para poder volcar mis tristezas en el llanto, cuyas lágrimas casi siempre apaciguan y calman…

                      Sé que mi herida no podrá cicatrizar jamás, arrastrándome irremediablemente hacia el desenlace fatal, el que veo ya próximo y que, posiblemente, sea el único fin que estos momentos percibo…

                       Qué pequeño e insignificante me siento, qué vacío brutal has dejado a mi alrededor… Ya nada me consuela, nada, ¿lo  sabes?... nada… Sólo le pido a Dios las fuerzas necesarias para poder transitar por este calvario y, dignamente, cumplir con el cruel destino que se me ha propuesto…

                       Tu imagen no me abandona, está ahí, frente de mí, serena y dulcísimamente bella… Es que mi corazón así te presiente.

                       Pequeña, dulce ángel mío, por suerte ya el cansancio me envuelve. Te pido, que si esta interminable noche se convierte para mí en el paso hacia la eternidad, te suplico, te imploro que no me olvides… Tenlo por seguro, por mi parte yo, seguro, me encuentre donde me encuentre, te llevaré junto a mí como el más preciado de los tesoros…

                       Por favor, sé fuerte y, si aún, algo me quieres, continúa lo que hasta el presente ha sido nuestra más hermosa labor, no olvidarnos de los que más nos necesitan…

                       Que Dios siempre te guarde…

                       Tuyo para siempre, quien con locura te ama y amará por los siglos de los siglos…

                       Roberto

 

Roberto Bardecio Olivera

       (18/8/1977)