Donde las cejas
se pueblan de leyendas
cae el testigo abierto, profundo
como una marioneta te han cortado
tu bello rostro, y en el sinfín de la gloria,
acontece que no irradias
felicidad, para nada.
A qué tanto pájaro veloz
o sutil entretenimiento
si en la voz llevas
la anegada tempestad
que te apremia la espalda.
Sí, tú, el círculo que se cierra.
Sombra o esperanza.
Como en rojas guadañas
terciopelo de insólito devenir,
tu frutal aroma de membrillo
cae a cierto suelo redondo, clavel
del sustento. Mueres bien,
en tu agonía, sustentas la antorcha
vigilante-.
Este auxilio penetrante
cómo castiga el divino
su errante promesa sin factura
adán debió someterse
a intensa tonsura. Si cometió
el crimen
de una bella cintura sobre otra,
anegadas de agua, antes prometidas,
acabadas sin alma. En su cincel,
partes la mayoría de edad
de un exilio
estúpidamente soñado.
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