Demasiado frío en este invierno,
con su temporal que arraiga y desnuda los huesos
humedecidos en el silencio;
Demasiado vértigo que acorrala desde adentro al cuerpo
que se aleja de su alma;
Este aguacero llega con sus limaduras de la suerte
hasta la sedienta copa del olvido.
El agua empozada, oscura y antigua,
que ha de pasar lentamente,
que se ha de secar
con sus lóbregas almas abrazadas al frío;
Es agua dura, de unos ojos que agotaron sus ríos
mirando el horizonte,
arrastrando nada bueno, llevando
esa demencia que se escurre en la estruendosa
soledad.
Y la pared que también se mueve,
es un muro vivo, hambriento,
que mira y quiere abrazar -como quien
abraza a su corazón-
a quien va como un ataúd perdido
a su buena suerte;
Ahora que todo yace, ahora que todo huye
de su cuerpo, la puerta se cierra
y se desmoronan las rejas
ante su enorme libertad…
Luego se oyen algunas preguntas:
¿Quién cada noche renueva su sombra,
y -como ahorcado- se balancea
de su cruz cansada y aburrida de su carga?
¿Quién lleva la sed en su memoria
y en la forma de sus huesos
que va toda la noche dando vueltas
alrededor de su silencio?
Y entonces las preguntas vuelan:
Porque estar en el silencio: ¿acaso para oír
el eco de las voces que se han ido?
Porque pasar tanto tiempo en la penumbra:
¿acaso para visitar a los muertos?
¿Cuál es el sentido de ir al encuentro de alguien
que no viene, que no vendrá ya…?
Y la sombra apegada a su mutismo murmura:
solo intento oír a la verdad
y saber por qué la luz golpea y hiere
los ojos,
porque la vida te desgarra como un buitre
las entrañas…
Quiero saber si la muerte es tan cruel
como la vida…