Lenta, como la vida misma, voy encajando las fichas de ajedrez. He comprendido todo y nada a la vez. Cuando la brisa del mar empieza y acaba al unísono. Cuando el día florece y en medio de la nada fenece. Ahí, justo ahí, desde mi terruño, voy tejiendo la madeja misteriosa que, un día, llenará de flores y aromas, el camposanto de la soledad y desesperanza.
Ahora, que está dando frutos el árbol frondoso y el bosque se mira apetecible, la copa de rocío rebosa zangoloteando la pluma.
Cantémosle a la noche que con su manto adormila el dolor y los recuerdos.
A la gota de sangre que aún vivifica
A las aves, los mares y los ríos que, como fuente seca, sacuden la conciencia.
Cantémosle al vientre crecido de la madre abandonada
A la garganta cerrada
A la piel ajada
Cantémosle a la soledad
Al desprecio
Y al abandono
A la tierra árida
Al mal envilecido
Y a la sombra que, en paraje oscuro y silencioso, espera.
Imagen: Créditos a su creador
Luz Marina Méndez Carrillo/10/04/2022 /Derechos de autor reservados.
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