C. Eduardo Barrios (Ex-Toki)

El regocijo de Dios

 

Es tan evidente el comportamiento malvado de no pocos

siendo difíciles de neutralizar definitivamente,

desde un Putin pasando por un Hitler hasta el asesino y el delincuente de mínima monta,

proliferan, se multiplican, las cárceles los educan en su perversión;

el sistema internacional para la prevención y defensa poco hace,

la justicia es sobrepasada,

la policía se corrompe, todos;

esta ralea asquerosa, se impone, va campante, 

el resto, los buenos, observa.

 

Si Dios con sus 14.000 millones de años de experiencia no hace nada,

qué podría hacer uno un simple mortal.

 

Con razón Nietzsche declaró la muerte de Dios,

¿resucitará?

 

Los más avispados de la tierra se aíslan un tanto,

financian su vida eterna,

preparan escapar del planeta.

 

Pero sólo permanecerán en el dolor,

la culpa;

el arrepentimiento les sabrá menos que una aspirina.

 

El hombre mínimo, el que vive en las calles y de la limosna,

enfermo, andrajoso, sucio, expuesto,

sufre más aún,

sin falta ninguna pasa por las penas del infierno,

no tiene escapatoria,

lo plantaron ahí desde el nacimiento.

...

Hay un error de diseño incorregible.

 

Por decir lo menos.

 

O es así como tiene que ser,

y no lo he comprendido todavía.

 

Entonces, Dios estaría echado regocijándose.