De la raíz del árbol,
de la palabra ungida
estás naciendo.
Como un animal herido,
despiertas al mundo
y amaneces
al tiempo que la rosa
crece en su hermosura.
Llegas con la luz
-la noche herida
por un ladrido o un beso-
hasta mis párpados oscuros,
donde el alba muere
en la soledad de mis pupilas.
La frente abatida
de tanto mar llorado.
Bajo tu pecho,
el corazón arde
como carbón celeste.
Arteriales ríos
recorren tu piel como un incendio.
Dame,
antes que la memoria muera,
el beso que devuelva
la sangre a mis labios.