Aquí estoy, en la cama. Contemplo el techo. Hay Burbujas flotando. ¿Pequeños duendes? ¿Luces fantasmas? No pienso. Abrazo tu almohada y la acaricio. Una sensación hipnotizadora me atrapa. Lo agradezco. Con nuestra usada sabana arropo mi delgado cuerpo. La desnudez acaba. La tela huele como el perfume de una conocida fragancia. Penetro en mi mente. La veo en tu mano. Me la entregas junto con un beso. Fue un regalo tuyo que como muchos otros, yace atrapado en mis recuerdos.
Aquí sigo, en nuestro viejo lecho que huele a fresco. No estoy sola. Me acompaña el largo ayer de ti repleto de suspiros, caricias y anhelos. Estás aquí, en la quietud del silencio. Eres el prisionero de mí amor y mí rezo. Amor de más tiempo, virtuoso y eterno. Inmenso. Tú, con la pasión vehemente y el alago oportuno. Fiel feligrés en cada uno de los momentos del amanecer.
Aquí permanezco. Miro a través del cristal de la ventana. Despertó la mañana. Se levanta y me obsequia una sonrisa. Crece y canta. Escucho un trinar de aves. Parecen gansas. El sol corre hacia mí. Ilumina la estancia. Irradia mi cuerpo y mis ojos con rayos de arrogancia y esperanzas. Pestañeo. Casi no puedo ver. Busco objetos en la despensa, un espejo para mirar mi rostro y un peine para peinar las canas. Veo mi cara. Arrugas recién llagadas me hablan apenadas. Permanezco callada. Me quedé sin palabras pero no desalentada, porque tu amor no ha muerto, él está aquí conmigo… cada mañana.
Amelia Suárez Oquendo