En el rojo ocaso del día en el que sentado bajo aquel árbol de almendros contemplaba el poderoso e inmensurable magnitud del mar.
Buscaba palabras que pudieran explicar como aquel poderoso ser capaz de deshacer un astro como el sol y perderle entre sus profundas e inmensas aguas. Era capaz de ceder y ceder una y otra vez ante los rechazos permanentes que aquella gran roca desgastada le mostraba ante tanta y violenta muestra de amor, o si con que violencia la besaba el mar, que resistencia aquella la de la roca para no haber cedido ante tal muestra de amor.
Y es que en su ímpetu por conquistarla el mar llagaba a la orilla y se transformaba en suave espuma cuando a esta besaba, se derretía cuando su ser tocaba dejando atrás toda muestra de poderío y voracidad, Dejando así visible su faceta más delicada.
Como un diamante recién cortado daba destellos titilantes de un azul refulgente que hechiza incluso los fuertes y acorazados navíos que sin mucha resistencia se dejaban llevar por sus aguas formando una amalgama conforme se adentraban en su ser.
Y es que ante aquel inmensurable y portentoso poder hasta el corazón mas duro sucumbe, fue evidente para mi entendimiento, que como muestra de la voluntad divida del mismo Dios aquel maravilloso e infinito ser así como Sísifo, se encontraba sentenciado por la eternidad a besar y ser rechazado una y otra vez por aquella gran roca.