En el doblez de aquella esquina triste,
en el sinfín de una mañana eterna.
En un mechón de pelo que perdiste
cuando mi mano, como viento, inquieta
pasó por tu cabeza y quiso, al verla,
jugarle a tu razón alguna treta.
En el farol que de papel se viste;
en el compás de un tango lastimero
del arrabal donde quizá perdiste
aquel suspiro que murió en “te quiero”.
Ahí ha quedado mi alma fugitiva,
diluida va en el fondo de la copa
donde sueña pendiente y nunca olvida
que alguna vez pudo rozar tu boca.
Mi alma que, al caso, ni siquiera oíste
cuando rasgó sin compasión mi pecho
para correr siguiendo lo que fuiste:
un vendaval fugaz e insatisfecho.
Tan fugitiva y errática en su intento,
ignorando que amarte es un delito,
surcó el oráculo que encierra el viento
para quedar prendida al infinito.