Me tengo que ir
Quizá nunca estuve,
nunca llegué,
sólo fue una ilusión vacía.
Fue una puerta que parecía abierta
yo empujé y dentro todo estaba ocupado,
cada espacio, arriba y abajo,
cada esquina,
ni un rincón para una noche siquiera,
nunca entré.
Me voy de donde nunca estuve.
Quizá por necio toqué la puerta entreabierta
y fue cerrada de golpe como un regaño
una cuerda que se rompe,
fue el rechazo rotundo,
la fuerza del NO.
Quizá fui estorbo
enredo, torbellino
o remedo de huésped.
Fui la medida necesaria
para saber cuán ocupado estaba ese lugar,
y yo con mi desorden
no podía entrar.
Llevaba conmigo
tormentas copiosas,
escritos sin terminar,
tardes sin sol,
infiernos sin apagar.
Llevaba mis manos frías
que buscaba calentar,
y unos ojos cansados
deseosos de libertad.
Con tanto equipaje era imposible entrar.
Ahora me voy.
Y acaso me quedo a la orilla del camino
agonizando la esquina de dignidad
que acoge mi pecho,
expuesto a las sombras
y las burlas.
Derrochando canciones
amasando palabras de arcilla,
fingiendo sonrisas y arañando ilusiones.
Me voy,
pero quizás no me voy todavía,
es que no soporto la idea de irme
sin conocer los vericuetos de tu alma,
sin saber cómo tocar tu puerta,
sin haber siquiera mojado mis labios en tu agua,
sin todavía descifrar el misterio de tus ojos,
y dejarlos absortos en ese tenue atardecer.
No sé dónde pondré los colores
que me prestó el amanecer,
dónde dejaré la certeza del beso,
la caricia ingenua,
los poemas de Bécquer y Neruda.
No sé qué hacer sin tus aguas,
sin tus colinas, sin tus valles.
Nada es igual sin tu sonrisa de luna nueva,
se debilitan mis ojos
y se queman mis pies en la prisa
por desandar el camino,
se apagan mis labios sin besar tu nombre,
mi alma no volverá a rozar tu aliento
y así se desvanece la ilusión,
se escapa,
se muere.