Ya no te juzgo, hermano.
No me arredra el pecado
que salpica tu manto.
¿Por qué habría de asustarme
cuando el mío está empapado?
No te critico, hermano,
¿Por qué habría de hacerlo?
¿quién soy yo para ver
esa mota en tu ojo,
el polvo en tus sandalias,
esa mueca de enojo?
Ya no te exijo, hermano.
Cada quien a su ritmo,
cada cual a su paso.
Y si atrás te quedaras,
ven, te extiendo la mano;
pues lo mismo tú harías
si es que yo me rezago.
Puedes ser diferente
mas resulta que, acaso,
eso es precisamente
lo que importa, si quieres.
cuando se abre la mente
también se abren los brazos.
Se encuentran los afectos
Y se estrechan los lazos.
Aquí te espero, vamos.
Con el pan en la mesa,
la sonrisa en tu plato.
Con las puertas abiertas
con el alma en la mano;
con la plena certeza
de que tú eres… mi hermano.