La tira de seda en la blancura del ojo,
el iris como peonía
rasgada sobre la creencia.
El puñal, aquel puñal
de puño en madera
donde tallamos iniciales,
pulido el interior con letras
de labriego en celo
el puñal que surcaba mi espanto de matar,
mi secreto de rea
ha aparecido sobre el mantel
de la vieja que lleva cuentas
en casa del inquisidor.
Este silencio de amanecer presagia atropello.
El agua caerá -si existe corredor
también existe laberinto-
pero es solo pasillo sin escapatoria
en un apartamento gogolizado
para dejar seña en el universo.
Con ese puñal raspo el muro de cuarzo
donde escribo:
sálvame, sálvense
entre escandalosos pensamientos
que corren como blues de N. Orleans,
en sordina descompuestos
mezclados a otros ritmos,
a otros pensamientos.
Me han expuesto como mal ejemplo
y la uña partida cae, desgarra la tierra
-es perceptible el hueco-
en forma de madriguera
esconde al conejo
y a los a ratones de invierno.
Por necesidad,
por hambre
por miedo
la anciana ha entregado mi cuchillo.
Después regresa
con el pelo electrizado,
desde entonces no duermo,
estoy como ella,
en espera del golpe.
del cuaderno El centeno que corta el aire, Betania, 2013