Hay vida después de la muerte… en vida.
En la distancia, muere lento el presente
amortajado por el pasado
y enterrado por un futuro parado sin cara.
No sé qué fue de aquella camisa blanca
que relucía como de plata,
cuando mis pensamientos me adelantaban
camino de su casa blanca.
Inconfundible sus cortinas transparentes,
el aroma a ropa tendida al sol de la tarde
y la voz sin rostro de la radio;
el tiempo, con su larga cola de agua y viento,
cambió cortinas por cancelas,
verja guardiana y mohosa de puerta cerrada,
rejas como presagio de soledades, y dentro,
silencio, mortaja de palabras
del presente sin caras y sin la camisa blanca.
Así, con ese presagio, con olor, a muerte lenta,
cuando abrir la cancela y enterrarse dentro
era lo único que le quedaba,
una brisa, cuál poema que acaricia y te calma,
se hizo presente sin muerte lenta ni soledades.
Una voz con sonrisa dorada,
que devolvió el calor y aroma a la ropa tendida,
al sol de la tarde blanca, como la camisa blanca
de entonces, se hizo presente cuál alborada,
que no es igual a la de entonces, ya es distinta,
no es la misma, es más brillante.
Con su calor, su voz, le trajo el vigor, la fuerza
que había enterrado en vida,
y de nuevo se puso la camisa blanca plateada,
la que brillaba ahora con una luz diferente.
El aroma a ropa tendida
y la voz sin rostro de la radio cobraron vida
volvieron a flotar las cortinas transparentes,
y, con pasos adelantados
al pensamiento, camino de aquella casa blanca,
se dijo como ensayando la declaración de amor,
que empujaba a la palabra
para que saliera sin dejar dentro nada de nada:
Amor, salgamos a besar las flores del almendro
y aspirar los aromas de los besos,
a mecernos en cordeles, envolvernos en sábanas
por estrenar con aromas a gardenia.
Vamos a pasear por los sueños y a no despertar
hasta que tú los hagas realidad.
Dos sombras cogidas de la mano, de espaldas al pasado y con la luz blanca del presente delante, se fueron alejando de lo que fue y que ya nunca más volvería a ser:
La soledad sin camisa blanca ni cortinas transparentes, sin sonrisas doradas ni besos ardientes. Mortaja y rejas como puertas de celdas cerradas donde, condenadas, la palabra y el amor, se marchitan en silencio.
Ella, silueta con sus cabellos al viento, Él, sombra de ella, presintiendo que la brisa venía con nuevos tiempos, donde el horizonte, se quedaba dónde estaba y los esperaba.
Sabes por qué te cuento todo esto, le dijo la conciencia al caminante imperfecto, al obrero de las palabras, al sencillo hombrecillo, que soñaba siempre con ser sombra de poeta, y antes de que la conciencia siguiera, volvió la cara esperando, no una respuesta, la sabía, sino que se callara.
Aun así, la tuvo que oír… te cuento todo esto, porque es un cuento, salvo la voz dorada y la sonrisa sonora, que sé que existe y te ha iluminado la cara. Luego de oír lo que de sobra sabía, miró de nuevo al frente, donde unos ojos dorados sonrientes le decían... Ven, amor, hagamos realidad lo que soñamos.