Fresas silvestres,
he visto en los zarzales,
en el paseo.
Y te evoqué,
allí, en ese instante,
para cogerlas.
Sé que te gustan
y gozas recogiéndolas
para comerlas.
Veo tus labios.
Se mueven, temblorosos,
mientras mastican.
Quiero besarlos,
sentirlos con los míos
en comunión.
Así tendría
tus labios y las fresas
como regalo.
Pero tendré
el sueño de esta escena
y nada más.
De todas formas
con poco me conformo.
Me queda el sueño.
Y en él estás,
querida mariposa,
aunque estés lejos.
Rafael Sánchez Ortega ©
25/04/22