Ella tenía, perfume a tango,
fina mixtura
de tarde de domingo,
bandoneón y melancolía;
un violín gimiendo
en el arrabal de la noche,
contando compases
de dos por cuatro a la luna.
Sus ojos, té con canela,
eran ese pizzicato
puesto en la partitura,
realce de la bohemia que la envolvía,
como la niebla
a las calles de Buenos Aires,
cafetín y humedad.
Y en el berretín de los años,
su boca se volvió licor,
dulce embriaguez
para este compadrito
con ínfulas de bacán,
que deshojaba otoños por primaveras.
Ella tenía, perfume a tango,
a bandoneón y melancolía,
una pena en el alma,
de lluvias y golondrinas,
pasó en mi vida una noche
siendo remedio y herida.
-. PaR
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26042022