Antonia Avellano Pérez

CRÓNICAS DE UN PUEBLO

CRÓNICAS DE UN PUEBLO 

Crónicas de un pueblo viejo,
retazos de infancia sin color.
Sueños perdidos 
en vuelos de gorriones, 
que deshilacharon con sus alas 
mi adolescencia, en un cielo 
de pantallas
en blanco y negro. 
Ahora vuelven para rendirme pleitesía.
Vuelve el canto de aquel gallo 
de tonos grises, 
tejiendo la madrugada  y 
el  repicar de las campanas 
de la Iglesia, en el altavoz
que hay en la mesilla de mi cuarto.
En realidad, nunca se fueron,
siempre esperaron  escondidos 
en el film  de nitrato 
de una película antigua,
de allá por los setenta.
Puedo sentirlos en estéreo
mientras recorro
virtualmente, en cada una
de sus secuencias, 
las calles empedradas, 
del bendito pueblo,
pidiendo que no me vaya.
Me detengo en las  jaras y malvas 
del río con el color mínimo 
de una carta de ajuste, 
y en el párvulo blanco 
de la ropa tendida 
con pinzas de madera
en los alambres de los patios vecinales. 
Las palomas  que posan difuminadas
en la plaza han pasado a un segundo plano, junto al buzón  de correos,
que soñó con ser amarillo,
y la farmacia en 
la que el boticario
pretendía vender píldoras 
rosas, para desafortunados encuentros.
Vuelve  el maestro, 
quiere enseñarme su doctrina  
hace años aprendida 
y tras un lapso en el cliché, 
el cartero, en un caminar 
hacia adelante y hacia atrás 
del  botón del mando a distancia 
para entregarme tu primera
carta de amor…., pero está borrosa, 
como te recuerdo a ti, emborronado 
de luces y sombras, 
como recuerdo el pueblo en sí, 
y a tu esencia  decidida a mezclarse
con el aroma de la hiedra 
al impregnar cada uno 
de mis recuerdos. 

Antonia Avellano Pérez