OTOÑO.
I
Ojalá y estuviera
por siempre donde estamos.
Para siempre presente,
no solo en la memoria
sinó entre nuestros brazos.
Haciendo como siempre
de su insigne sombrero,
el nimbo inalcanzable
del reino de su familia.
Haciendo de su asiento
duro como las rocas,
su trono campesino
de recuerdos e historias.
De su sonrisa sin dientes,
nuestras sonrisas burlescas,
y de su chispa serena,
el fuego de nuestras vidas.
II
Ojalá y nunca se fuera,
y estuviera suspendido
por siempre junto a nosotros.
Haciendo de sus canas
resistentes al tiempo
y al yermo de su frente,
-nuestra grata enseñanza
de ayeres acertados-.
Y de sus magnos presentes,
-símbolos de certeza
fundados de templanza-,
útiles en la búsqueda
de nuestras propias canas.
Haciendo de sus botas
desgastadas de calles,
-nuestros pasos huraños-.
de sus ojos cenicientos,
-nuestra luz de antaño-,
y del majestuoso ocaso de sus días,
-nuestro albor de años-.
III
Ojalá y nunca se nos fuera
y que aquí estuviera
por siempre entre nosotros.
Así fuera por verlo,
por tomar su mano
y llevar el cauce de nuestros torrentes
al inconfundible río de sus brazos.
¡Y así contemplarlo!
haciendo como siempre,
de lo simple de su ser complejo,
-nuestra cándida esperanza humana
de ser a plenitud,
nosotros mismos
pero con un todo de él-.
IV
Ojalá y nunca se nos fuera,
pero se nos va,
sin embargo, siempre se nos queda…
Y es preciso entender cómo se nos queda
al dejarlo partir con su verdad.
Tal vez por la costumbre
del beso de sus rasgos
en nuestras miradas,
nos acostumbramos a sembrar
(Los siempres momentáneos)
de su frágil tiempo,
y nos desacostumbramos
a cosechar el fruto
con el sabor del saber que son los años,
aquellos que en su exilio hacia el pasado,
se van marchando como el viento.
Pero que consigo
se lo van llevando
así como en otoño
a las hojas
de un gran árbol.
Chávarro.C