Una de esas fría noches, te esperé y no llegaste.
No conocías que te esperaban buenas nuevas.
Tampoco, lo serio de la cita y no te disculpaste.
Supongo que, por miedo a saber, no te atrevas
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Alguien, de los que nunca faltan, me habló de ti
y de qué, tus sospechas, apuntaban a un niño.
Muy lejos estás de la verdad, eso lo comprendí.
Quería decirte adiós, y que no es tuyo mi cariño.
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La cobardía no se pide prestada, sólo se aprende.
Esperé paciente, sentir la llave en la cerradura;
Estuve en vela la noche y ya parecía un duende.
Ya semejaba a una idiota que perdió la cordura.
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Vigilé la puerta y ésta, fija en su sitio, no se abrió.
Recordé que mi padre me decía: “Eres una dama”
y, al despertar, un oscuro sentir mi cuerpo invadió.
Vergüenza sentí, al verme ahí triste, aún en pijama.
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¡Hay bellos apelativos que los padre dan a sus hijas;
toca a ellas, darles su valor, sacándolos de las valijas!