Media vida transcurrida,
y aprendes, y no cesas,
y no permites que otros
en tu propia educación,
intervengan, e impides,
de inmediato, que los pusilánimes
y los tristes, amenacen con su
injerencia. Te echas
al hombro, paladas de arena,
cenizas mustias de antiguas
creencias, y con dolor, con
creciente dolor, buscas ligero,
la brisa y el viento, que componen
el mástil de tu osadía imperfecta.
Sí, puedes mirar de frente
tu obra, nada imbécil por cierto,
y frecuentarla y vaciarte
en ella, pues al crearla, al gestarla,
asumiste un imperio de miradas.