Hay mañanas fugaces,
escasas,
en las que no hay juicio alguno,
y se difunde el sosiego
por la atmósfera en derredor.
Entonces la mirada
es capaz de vislumbrar,
congregado en la ventana,
al dorado otoño incipiente
sobre los añosos álamos,
asociado con los trazos
de un sol adormecido.
Danzan luces y sombras
al son de la brisa risueña,
donde el silencio transporta
el salmo coral de mil gorriones,
que celebran la vida
sin necesidad de una razón.
En ese entorno manso,
cuando los sentidos
ya no buscan el sentido;
cuando el pasado es pasado,
el porvenir no existe
y el presente lo es todo,
pareciera que el corazón
llega al punto más elevado.
Pero justo en ese instante
tu mano alcanza la mía
y logro al fin discernir
que siempre puedo subir
un nuevo peldaño
hacia la paz más sublime.